• 09.09.2025
    EDITORIALES
    GRANDEZAS Y VIRTUDES DEL FUTBOL
Hace un tiempo fuimos testigos de una maravillosa "discusión" entre dos amigos. 
—El primer gesto del niño consiste en correr. El atletismo es, pues, el deporte básico.
—Antes de saber andar, el niño se siente atraído por la pelota. Y en seguida intenta empujarla con el pie. El fútbol es su primer deporte.
 —Pero todos los futbolistas comienzan por correr. Y el futbolista es, en principio, un atleta que corre veloz y prolongadamente, y que salta.
—Los mejores atletas han sido antes excelentes futbolistas. Y el fútbol es el verdadero deporte básico.
—El fútbol no es más que un juego de azar y obtiene su popularidad y su fuerza esencial de su incertidumbre.
 —¡No! La obtiene del equilibrio de las fuerzas en pugna. Posee también sus leyes. Su principal mérito consiste precisamente en querer reducir o eliminar los efectos de la casualidad. Su incertidumbre es quien le da vida...
Diálogo apasionante, maravillosamente provechoso, del que resaltaba siempre una verdad esencial: el fútbol es, ante todo, un juego. Citemos aquí a Jean Giraudoux, que escribía hace muchos años, en el prólogo de una antología a la gloria del fútbol: “Más que rey de los deportes, el fútbol es el rey de los juegos. Todos los grandes juegos del hombre son los juegos con una pelota, ya sea el tenis o el billar. La pelota es en la vida lo que más se escapa a las leyes de la vida. Lo más inútil. Tiene sobre la tierra la extraterritorialidad de un bólido adaptado provisionalmente. En nada está relacionada con la noción del ser animal, que es la del aferramiento, y, como satélite ligero del globo a cuyas leyes obedece insensiblemente y con derogaciones fulgurantes, tiene la mágica virtud de ser tan sólo una pelota. El fútbol debe su universalidad a que ha podido sacar de la pelota el máximo rendimiento".
 El equipo de fútbol es la pared del frontón repentinamente inteligente; la banda de billar dotada de talento. Además de su”propio principio, el del rebote, el de la independencia, el equipo da a la pelota el motor de once astucias y de once imaginaciones. Si las manos han sido suprimidas en el juego es porque la pelota, con su intervención, dejaría de ser pelota y el jugador también. Las manos son mañas; han sido dadas únicamente a los animales mañosos, astutos: al hombre y al mono.
 La pelota no admite mañas, sino únicamente efectos estelares...” El fútbol es un juego, el más atractivo de los juegos, porque jamás es igual, porque un gesto no se parece a otro, una acción colectiva a otra, un partido a otro; porque no exige automatismo, porque aleja en toda edad y en todo lugar las realidades materiales, porque hace olvidar la vida y concentra el espíritu sobre una sola cosa redonda, porque no hay placer más completo que el de dominar o dirigir con el pie un balón inerte y huidizo. Además de ser el juego más rico, más completo que cualquier otro, el fútbol es también una escuela. Cien veces se ha citado la frase de Albert Camus, que es la más hermosa confesión que existe de un futbolista: “Todo cuanto yo sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, al fútbol se lo debo...” El niño que juega al fútbol no sueña al principio más que con el dominio personal del balón y con el éxito que logrará al marcar el gol o los goles decisivos. Y después, al crecer, al envejecer, se da cuenta de que otros diez muchachos piensan como él lo hace y de que si tienen necesidad de él, tampoco él es nada sin ellos.
La voluntad, la iniciativa, el dominio de sí mismo, el valor, hacen del fútbol un verdadero deporte educativo, una escuela de perfeccionamiento moral y un perfecto centro de aprendizaje social.
En la colectividad del fútbol, donde debe someterse a la disciplina general, donde debe rozarse con los otros (lo mismo si son compañeros que adversarios), el niño toma un primer contacto con la vida. “Nadie me apartará de la idea —ha escrito  Pierre de Coubertin— de que el joven que ha pasado por el fútbol está mejor preparado que otro cualquiera para el fútbol de la vida. En ella encuentra, efectivamente, todas las peripecias, todas las emociones, todos los deberes que caracterizan al verdadero fútbol; allí se reanuda la lucha alrededor de un balón del que hay que apoderarse. ¡Ay de quien duda ante una decisión y pierde un tiempo precioso en tergiversaciones consigo mismo! ¡Ay de aquel a quien desanima el infortunio y se deja llevar del desaliento! Y junto a la ley de la tarea individual que os ordena estar siempre dispuestos a seguir adelante, está la de la solidaridad social, que os sitúa, a pesar vuestro, bajo la dependencia de vuestros conciudadanos..."
Jules Rimet, antiguo presidente de la Federación Internacional de Football Association, gustaba de decir bromeando: “Soy como Felipe II, pues el sol no se pone jamás en mi imperio.” Porque si el fútbol no ha adquirido todavía en todas partes derecho de ciudadanía, se ha implantado y es conocido en todas partes.  La rigidez de sus leyes, la unidad de su reglamento, le han permitido implantarse por todos los confines del mundo; el bambino de las callejuelas de Nápoles se asemeja al pequeño brasileño de las “favellas” cariocas. ¡Y qué diferencia existe entre el chiquillo de los terrenos baldíos de Budapest y el muchachuelo de pies desnudos de la sabana o de la selva africana!
Lo mismo si es niño o adulto, si evoluciona sobre un terreno como sobre una acera, el futbolista se entretiene disputando un balón a los adversarios con un objetivo que es su único pensamiento.
Nada resiste al sortilegio del fútbol, ni los problemas de raza, de religión, ni la política ni las diferencias de clase social. Un balón basta para destruir todas las contingencias, todos los más extraordinarios principios. El hombre se vuelve semejante a todos los demás.

 Jean Philippe Rethacker  "Fútbol". 1963